miércoles, 14 de agosto de 2013

UN POBRE TRICENTENARIO

Por Luis Alberto Taborda


Pobre Tricentenario es el que nos toca vivir. Pobre en más de un sentido. Falto de una adecuada preparación, en tiempo y forma. Sumergido en el ambiente enrarecido de las internas y avivadas eternas de la política chiquita, la de cabotaje, la de todos los días. Sin convocatoria amplia, sin diálogo sincero, sin iniciativas superadoras que nos hagan soñar con que algo pueda transformarse o cambiar en los inmediatos tiempos que se avecinan. Sin una visión que aglutine a los dispersos.

La suerte de Tinogasta parece sellada. Más de lo mismo. Unos cuántos murales, la reinauguración de una obra que ya estaba hecha frente a la Terminal de Ómnibus, refacciones menores en Plaza principal, unas cuadras de asfalto (lo que está bien, pero no alcanza). Y la cacareada recuperación de la ruta 60, que por supuesto es útil, aunque siempre puede pensarse que no es sino una ventaja más que se les ofrece a los camiones de la mega minería, porque otro movimiento comercial o industrial no se divisa.

Todo relegado hacia el futuro, en donde las cosas, según los funcionarios municipales, mejorarán, porque “Tinogasta Gestiona” y “Catamarca Crece”, al menos en los carteles, que son de mayor tamaño que las obras que realmente se anuncian. Los resultados de las elecciones que acaban de cerrar son poco auspiciosos. La presidente queda debilitada. Lucía también ha retrocedido. El proyecto que se juzgaba “eterno” parece tener patas cortas. Habrá que ver qué sucede en los próximos dos años, que pueden ser los últimos de esta forma de entender la política y la vida: basada en la confrontación sin término, en la descalificación del que piensa diferente, o sencillamente piensa. Y en el relegamiento de las provincias y municipios a manos de un poder central voraz, omnímodo y tremendamente ineficaz en la gestión.

En nuestro rol de escribir para opinar, sentimos que el colapso de Tinogasta y su postergación sin término tiene mucho que ver con ese alineamiento ciego que se lleva adelante sin medir las consecuencias. Un municipio como el nuestro, por más “autónomo” que se proclame, que no plantea diferencias, que no reclama lo que le pertenece, que no provee alternativas, que no dispone de funcionarios competentes, que no suma a la mayoría detrás de sus banderas, es un municipio débil, entregado, arrodillado, listo para que los que todo lo manejan desde arriba, a fuerza de billetera, hagan con él lo que quieran. Para desgracia de todos y para beneficio de muy pocos.

En medio de ese panorama cobra vigencia el debatir si Tinogasta fue “demarcada” o “fundada”. Es extraño, pero es así. ¿Por qué? Porque todo otro tipo de debate real está cerrado, obturado. El problema más importante en todo caso sería saber por qué Tinogasta está “fundida”, pero de eso no se habla. No interesa demasiado ni el problema económico, ni el problema educativo, ni el éxodo de los jóvenes, ni el problema social. Esa especie de cerrazón mental, de apatía que nos inhibe de participar y de ser protagonistas de algo es lo que, como síntoma, nos parece más que preocupante. Es como aceptar de antemano una derrota generacional anunciada, inevitable. Y que no vale la pena decir nada porque de todos modos, nada va a suceder.

Por eso creemos que es tiempo de pasar la posta a los más jóvenes. Ya los adultos hemos fracasado, dando demasiadas pruebas de incapacidad y desánimo. De falta de garra, coraje y convicciones. Será el tiempo, en breve, que una renovación llegue para expresar otra mirada, otras inquietudes, otras posibilidades. Cuando se abra esa perspectiva diferente, todos recordaremos este Tricentenario como una fiesta sí, pero una fiesta a la que le faltó algo. Le faltó justo eso: la alegría conjunta de ver que como comunidad estábamos bien plantados, en el buen camino de una realidad prometedora, burbujeante, llena de ideas y propuestas, abierta hacia un destino único: el destino grande que Tinogasta se merece.

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