El Papa Benedicto XVI criticó los impactos de la explotación minera y demás proyectos que dañan el medio ambiente. “Hay cicatrices en la superficie de nuestra Tierra, erosión, deforestación, derroche de los recursos minerales y de los océanos, para satisfacer al consumo insaciable”, declaró ante 150 mil peregrinos que participaron en las Jornadas Mundiales de la Juventud, desarrolladas recientemente en Sidney, Australia.
Por eso el Sumo Pontífice llamó a “proteger el ambiente y administrar de manera responsable los bienes de la Tierra”, confirmando la preocupación de la Iglesia Católica por el grave deterioro ambiental que sufre el planeta, debido a la explotación irracional de los recursos naturales impulsada por este modelo económico que pone la acumulación de riquezas por encima de la dignidad y la vida de los seres humanos.
Este planteamiento es uno de los mensajes más fuertes a favor del medio ambiente que el jefe del Vaticano ha expresado hasta hoy y constituye el mayor respaldo para los obispos de diversos países que se han pronunciado en contra de los daños ambientales, sociales y económicos de la extracción de metales preciosos impulsada por empresas transnacionales que se imponen mediante el engaño, la presión y el chantaje.
Antes de esto el máximo representante mundial de la Iglesia Católica incluyó en la lista de nuevos pecados la contaminación ambiental, después de participar en la reunión de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM), realizada en Aparecida (Brasil), donde supo de los graves perjuicios al ecosistema y a la salud humana que la explotación minera metálica causa en diversos países del continente.
En Aparecida fueron presentados casos de Perú, Guatemala y Honduras, donde compañías canadienses, australianas y estadounidense extraen recursos minerales sin importar los impactos negativos que esto genera. Por eso, en la Declaración Final del encuentro, el Papa y los obispos latinoamericanos critican el “desmedido afán de la riqueza, por encima de la vida humana, de los pueblos y del respeto a la naturaleza misma”.
Según la Declaración, “la Madre Tierra es nuestra Casa Común, el lugar de la alianza de Dios con los seres humanos y con toda la Creación, por tanto, destruirla es un pecado”. Por eso cuestiona directamente la explotación minera metálica: “…debemos alertar respecto a las industrias extractivas que eliminan bosques, contaminan el agua y convierten las zonas explotadas en inmensos desiertos”, reza el documento.
Posteriormente Benedicto XVI recibió en el Vaticano la visita ad limina de los obispos salvadoreños encabezados por Monseñor Fernando Sáenz Lacalle, Arzobispo de San Salvador, quien en su informe al Sumo Pontífice presentó la minería metálica como uno de los principales problemas del país y se refirió a la declaración de la Conferencia Episcopal “Cuidemos la Casa de Todos”, que llama a rechazar la explotación minera. Dios quiera que los diputados y funcionarios del Ejecutivo que se dicen católicos acaten la postura de la jerarquía nacional, latinoamericana y mundial de la Iglesia Católica. Y ojalá que toda la población salvadoreña identificada con los principios cristianos defendamos la Creación, la Casa de Todos, gravemente deteriorada y ahora amenazada por la posible explotación minera, impulsada por falsos cristianos o anticristos.
Por eso el Sumo Pontífice llamó a “proteger el ambiente y administrar de manera responsable los bienes de la Tierra”, confirmando la preocupación de la Iglesia Católica por el grave deterioro ambiental que sufre el planeta, debido a la explotación irracional de los recursos naturales impulsada por este modelo económico que pone la acumulación de riquezas por encima de la dignidad y la vida de los seres humanos.
Este planteamiento es uno de los mensajes más fuertes a favor del medio ambiente que el jefe del Vaticano ha expresado hasta hoy y constituye el mayor respaldo para los obispos de diversos países que se han pronunciado en contra de los daños ambientales, sociales y económicos de la extracción de metales preciosos impulsada por empresas transnacionales que se imponen mediante el engaño, la presión y el chantaje.
Antes de esto el máximo representante mundial de la Iglesia Católica incluyó en la lista de nuevos pecados la contaminación ambiental, después de participar en la reunión de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM), realizada en Aparecida (Brasil), donde supo de los graves perjuicios al ecosistema y a la salud humana que la explotación minera metálica causa en diversos países del continente.
En Aparecida fueron presentados casos de Perú, Guatemala y Honduras, donde compañías canadienses, australianas y estadounidense extraen recursos minerales sin importar los impactos negativos que esto genera. Por eso, en la Declaración Final del encuentro, el Papa y los obispos latinoamericanos critican el “desmedido afán de la riqueza, por encima de la vida humana, de los pueblos y del respeto a la naturaleza misma”.
Según la Declaración, “la Madre Tierra es nuestra Casa Común, el lugar de la alianza de Dios con los seres humanos y con toda la Creación, por tanto, destruirla es un pecado”. Por eso cuestiona directamente la explotación minera metálica: “…debemos alertar respecto a las industrias extractivas que eliminan bosques, contaminan el agua y convierten las zonas explotadas en inmensos desiertos”, reza el documento.
Posteriormente Benedicto XVI recibió en el Vaticano la visita ad limina de los obispos salvadoreños encabezados por Monseñor Fernando Sáenz Lacalle, Arzobispo de San Salvador, quien en su informe al Sumo Pontífice presentó la minería metálica como uno de los principales problemas del país y se refirió a la declaración de la Conferencia Episcopal “Cuidemos la Casa de Todos”, que llama a rechazar la explotación minera. Dios quiera que los diputados y funcionarios del Ejecutivo que se dicen católicos acaten la postura de la jerarquía nacional, latinoamericana y mundial de la Iglesia Católica. Y ojalá que toda la población salvadoreña identificada con los principios cristianos defendamos la Creación, la Casa de Todos, gravemente deteriorada y ahora amenazada por la posible explotación minera, impulsada por falsos cristianos o anticristos.
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