miércoles, 8 de diciembre de 2010

La complicidad del silencio

Editorial del Diario El Ancasti del 13 de diciembre de 2007

Profesar la religión católica es un compromiso de vida que supera la simple adopción de una creencia. Es mucho más que buscar cobijo a la luz de un Dios protector, asistir a misa, cumplir preceptos y participar de algunas celebraciones tradicionales. La doctrina de esta fe no ofrece un método para hacer más cómoda la vida de las personas, por el contrario, señala un camino complejo y sacrificado por recorrer.
El verdadero católico asume, al abrazar su fe, una serie de obligaciones que posiblemente representen el mayor desafío que puede enfrentar un hombre. Lo que torna tan difícil seguir el rumbo que marca la fe, es que no se trata de un conjunto de dogmas a memorizar ni de un culto que se practique en la intimidad. El católico debe dar testimonio de fe en cada acto de su existencia, en su desenvolvimiento cotidiano, ante su familia, el prójimo y la comunidad.
Es vital rezar, pero también se deben defender los valores que se profesan. No se es católico por declamación, sino por sentimiento, conducta y compromiso. De nada sirve proclamar las enseñanzas divinas si no se procura obrar en consecuencia.
Institucionalmente la Iglesia Católica, aun con errores históricos que los últimos Pontífices supieron reconocer, luchó de manera ejemplar en su afán de desterrar las injusticias, los atropellos, las desigualdades y los crímenes.
Hombres y mujeres de la Iglesia aparecieron en todas las épocas y en todos los continentes para luchar por el bien común, y esa conducta no implica un alejamiento de su función específica, que es espiritual y trascendente, sino un acercamiento a los pueblos. Es llevar la religión a su máxima expresión, porque no hay otro modo de vivirla que en la realidad de cada día.
La Iglesia, a través de sus representantes, se impuso la obligación de participar en la vida pública. Lo hace el Papa al pronunciarse sobre cada acontecimiento que sacude a la comunidad internacional, lo hace el Episcopado argentino con permanentes críticas a la marcha del país, y debería hacerlo cada cuerpo eclesiástico en su Diócesis.
Lamentablemente, en Catamarca es difícil encontrar antecedentes cercanos que acompañen esta consigna madre del catolicismo. La Iglesia catamarqueña permanece desde hace años en un cálido letargo, como mudo testigo, distante y ajeno, de cuanto sucede a su alrededor. Aunque se desenvuelve en un clima ideal, sin riesgo alguno de persecución o castigo, en plena libertad e incluso con el respeto innato de una sociedad que la reverencia sin cuestionamientos, la Iglesia catamarqueña se mantiene inalterable ante toda cuestión que exceda su propio ritual.
Con inmaculado autismo, la Iglesia de Catamarca observó sin pronunciar palabra toda clase de aberraciones. Supo de la existencia de detenidos políticos, de la extorsión practicada hacia opositores con problemas judiciales, a quienes se les escondía el prontuario a cambio de que no obstruyeran los planes del poder de turno; del aprovechamiento cruel de la pobreza, de la explotación sistemática de la necesidad de los pobres, del uso de las dádivas para la compra de voluntades, de los vergonzosos sistemas de compras directas, de los sobornos a dirigentes, de los numerosos crímenes impunes, de la aprobación de leyes mineras perjudiciales para la provincia, de inequidades escandalosas y groseros privilegios.
Extrañamente, la Iglesia de Catamarca nunca tuvo nada que decir. Eligió ser dócil, optó por la corrección de no incomodar al que manda y prefirió no discutir jamás sobre los acontecimientos más serios. Permitió en cambio que las autoridades de turno se exhibieran paternalmente en cada acto religioso, con un silencio que se convirtió en cómplice de los abusos, una falta agravada porque la Iglesia fue, históricamente, la única institución con poder suficiente como para expresarse sin restricción alguna.
La postura acomodaticia no le reportó más beneficios que unos cuantos tachos de pintura para los templos o el arreglo de algunas fachadas en sus propiedades. Quizás alguna ayuda presupuestaria o puestos en la Administración Pública para amigos de la casa. Una recompensa muy pobre para quienes renunciaron a un mandato tan noble y elevado como defender la dignidad de la gente.
La conducción de la Iglesia catamarqueña cambiará en los próximos meses, pero quienes se permiten aguardar un cambio de rumbo no recibieron señales alentadoras. Que el debut del próximo obispo haya tenido como escenario el Predio Ferial, describe el panorama con un solo gesto. Miles de fieles fueron arrastrados al rayo del sol para conocer el altar de la obra pública, improvisado santuario de la Virgen del Valle, por voluntad del Gobierno, en la fecha más importante para la feligresía local.
Para que todos comprendan cuál es el orden de prioridades.


Cura Párroco de Fiambalá
Raúl Contreras


3 comentarios:

  1. Artículo para recordarle a algunos representantes de la iglesia católica los deberes y los mandatos de su máxima autoridad y del pueblo que no incluyen la defensa de las corporaciones, la alianza con el poder político corrupto y el ataque al pueblo.

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  2. "Es fundamental que la Iglesia de Catamarca difunda enseñe y practique los documentos escritos por los Papas desde Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI que defienden la vida en todas sus formas en el Planeta Tierra y condenan la explotación minera como una de las industrias más sucias y contaminantes y que constituyen un arma fundamental del capitalismo con la consiguiente destrucción del hombre por el hombre a través del consumismo desmedido.
    La Iglesia de Catamarca desgraciadamente permanece en un cómodo silencio cómplice y como mudo testigo de los atropellos a los derechos y del dolor de los pueblos del oeste catamarqueño.
    Solo unos pocos Pastores se atrevieron a alzar su voz en defensa de la vida y en contra del saqueo y la contaminación pero cual piezas de ajedrez fueron removidos de sus cargos hacia destinos donde el viento no deje escuchar su voz. Y los que predican palabras agradables a los oídos de los "fuertes" curiosamente son defendidos a capa y espada por las voces políticas más cuestionadas de la sociedad y por los representantes más sobresalientes de lo que la misma Iglesia condena.
    Susana

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  3. Ojalá el pueblo de Catamarca leyera más, las señales de alerta estuvieron sólo que unos pocos las quisieron ver!
    Jorge

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